
Todo partía el domingo 14 de marzo. Después de varias despedidas, ya era hora que se acabara la agonía de querer partir y que sigan quedando días. Nos despedimos con la familia, l@s amig@s, el paciente y acogedor Bustamante y sus co-habitantes (incluyendo al mítico Esquilax*), historias, cosas y buenos momentos.
Bien embalado, todo guardado.

Así que partimos. No era fácil el momento del aeropuerto. La mami que llora, la hermana que ríe, copucha y corre con l@s prim@s, las tías que aconsejan y amigos que se hacen presente por última vez en largo tiempo. Casi. De no ser por un casi, todo partía ese día. “No, es que está la pura cagada adentro, así que me tengo que ir”… cortar por lo sano nunca está de más, así que rápidamente cercené cualquier escena mayor de despedida y me introduje en la caótica situación que alojaba por esos días al aeropuerto. Quedaban sólo 4 horas para el vuelo. 4 horas y me mandaba finalmente…
Espérate tantito… no escupas al cielo ni cantes V antes de tiempo…
“¡¡¡Ésta huevá de la computación, que se cae el sistema que la huevá; ya nada es como antes!!!”… Quinientas veces le escuché esa frase a mi abuelo y más de alguna vez tuvo razón, pero tenía que ser ese el día en que nuevamente la tostada cayera con la mantequilla hacia abajo… Fulminante corte de luz a nivel nacional. Se cortó de no sé donde hasta no sé donde, pero era casi toda la larga y angosta faja de tierra que me vio nacer. Y se cayó el sistema de los pasajes. Siempre tomando en cuenta que los pasajes del autor eran sujeto-a-espacio, el que no existiera sistema condujo a que todo se hiciera de manera manual y que cada cierto rato se vieran algunas caras compungidas en el counter… incluyendo la mía cuando empecé a percibir cierto olor a regreso adelantado. Y así no más fue. 12 de la noche y ya estaba sentado nuevamente en el auto de la querida progenitora camino al ya despedido Bustamante.
La agonía de la espera empezaba de nuevo.

Menos mal que mi cama no se había vendido. Menos mal que toda mi ropa no la había regalado. Menos mal que, hasta la que horas antes había sido mi pieza, aún no había sido re-colonizada. Así no más, ahora jugando de visita en donde solía jugar de local. ¡Está todo igual a cuando me fui! Sí claro, en 5 horas las huevás no cambian tanto. Hasta los tyfannies del Esquilax seguían ahí mismito asomándose por la puerta de calle. Y esperar. No quedaba más.
Finalmente, el chiripazo. El siguiente vuelo era el martes 16. Se veía más o menos no mas, no era seguro que entrara. Era más seguro en el del viernes, así que para que iba a ir, si me iba a pasar lo mismo. Palmazo en el cuesco por weón, apretones varios y no empezar nunca perdiendo los partidos. Así que ahí partí nuevamente, cual Kung Fu. Martes. 2 horas antes del vuelo. Counter.
- "Hola, cómo se ve la cosa?"
- "Más o menos no más… está difícil. Vuelva en 1 hora y media."
Nuevamente el olorcillo aquel y la probabilidad de tener que volver nuevamente como perro arrepentido. Nada que hacer. Bien sentado y esperar. La probabilidad era baja y la esperanza casi nula, así que rápidamente armé planes para mi supuesto regreso a Bustamante. Ahora sería una bienvenida. Finalmente, esa hora y media pasó relativamente rápida al ritmo de un par de capítulos de Padre de Familia. Y llegó la hora.
- "Hola, cómo se ve la cosa?"
- "Bien. Aquí está su pasaje!"
“Me cago en todo, si estaba hueviando no más…!!!”
Ya me había tirado el piquero y ahora si había agua en la piscina, así que te fuiste no más.
Y me fui…
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* De las tinieblas de la historia llegó este mítico caballo con cuerpo de conejo y cabeza de conejo a Bustamante.
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