Thursday, March 25, 2010

B the The Beginning

El vuelo, nada especial. Sentado al lado de un compatriota con cara de poco avispado, las pocas ganas que comúnmente tengo de echar conversa no se vieron alteradas.

“Un vino, por favor!”, “Me traería otra copita de vino?”, “Eeehhh, VINO!!!” A la altura de Concepción ya estaba medianamente. Rapidito me fui de sobre. Al otro día, perdido con las horas y ya con el culo medio plano, un par de capítulos de los Simuladores en ese televisorcillo aquel que te amena los viajes, y llegamos a Nueva Zelandia.

Un par de vueltas en el aeropuerto. Su pucho. Una compra en el duty-free. Y de vuelta al pájaro de acero. Ahora con un maorí con pinta entre agente de la CIA y rugbista. Un aletazo de mi compañero de asiento me tumbaba de una. Par de diálogos poco claros con el vecino y de vuelta al televisorcillo. Poco más de 2 horas, sumaban ya sobre 18 desde que había salido inesperadamente de Chilito.

Y finalmente, llegué a Sídney.

Menos mal que se me ocurrió la idea de declarar en el papel de inmigraciones australiano que llevaba un arma. Una luma retráctil de pacos que me había comprado “por si las moscas” en el persa Bio-Bio hace tiempo, y que por igual motivo llevaba a mi viaje.

“¡Señor, por favor acompáñeme!” Frase que no quería escuchar entrando.
“No sabía que era ilegal, lo traje por si las moscas” Difícil hacerle entender el concepto de por-si-las-moscas.
Resumen, me quitaron la huevá de arma y me dejaron indefenso. Eso, sumado al resquebrajamiento de una botella de pisco en mi mochila grande y el consecuente humedecimiento alcoholizado de todo mi equipaje, hacían de ese arribo no uno de los mejores.



En el aeropuerto me esperaba mi amigo Paul (no confundir con “el tío...”). Cincuentón/solterón que conocí cuando trabajaba en LAN y que habíamos hecho re buenas migas en varias reuniones que habíamos tenido. Un par de cafés en el mismo aeropuerto, y me llevó al Hostal. Hostal promedio, nada del otro mundo, salvo que mi pieza quedaba en el cuarto piso. Ya subir hasta un cuarto piso con un (principio de) sobrepeso evidente no era fácil. Súmale 33 kgs de equipaje. Llegué arriba más que acalambrado y con una transpiración que brotaba poco sutilmente.

Una ducha y partí a hacer malabarismos angloparlantes para lograr lavar mis huevás impregnadas con ese embriagante brebaje. Ni les cuento el olor que hasta hoy tienen mis cosas. Especialmente mi saco de dormir. Puta, un saco de dormir de aquellos. De pluma de Dodo, entrega un calor único, además que cuando se enrolla queda preciosamente chico. Ahora, el problema es que tras el lavado y secado que hubo que hacerle, la huevá quedó con un olor exactamente idéntico al que tienen los perros cuando se mojan. Específicamente, olor a Gaspar*.

Sídney, otra cosa. Una ciudad la raja. Me quedé ahí desde el jueves que llegué (18 de marzo) hasta el domingo 21. El primer día salimos a recorrer algunas partes con Paul, luego me mandé un Kung Fu por el centro de la ciudad y después me fui al sobre. El cambio de hora te lo encargo.

El viernes, tempranito andaba hueviando nuevamente. Me mandé a caminar con meta en el Opera House. Decidí irme por unos parques que coronan dicho lugar, evitando irme por calles muy transitadas. Hasta que llegué a los parques. Parques buenos buenos. Medios ingleses, se nota que le ponen color y buen empeño.



Así, caminaba yo con la cara de avispado que me caracteriza, cuando de repente veo algo colgando de un árbol.
“Qué raro eso y que raro el ruido…”, me dije yo para mis adentros. Miro para otro lado, y colgaba otro igual, pero este se movía. De repente miro para arriba y pasa Batman volando. Tal cual. Batman. Un murciélago que más que ratón volador era un verdadero oso con alas delta. “Que cresta, dónde me metí!!!” Estaba en medio de un vecindario de murciélagos. Los arbolitos que yo había pensado que colgaban frutas, sólo tenían murciélagos. Y el ruido eran todas conversaciones y peleas dignas de Ciudad Gótica. Me recagué del susto, eran miles.
Que miles, millones. Rapidito quise cascar, cuando cacho una tela de araña de tamaños bíblicos y en ella, una araña que me recordó a mis queridas Maraca (qepd), María Joaquina (qepd) y Rusia (desaparecida), salvo que ésta estaba en su estado salvaje. Casqué rapidito ante la amenaza que claramente significaba estar ahí.


Un par de papagayos que huevean ahí y otros pájaros más que hacían lo suyo por acá, me terminaron por encantar del lugar. Realmente bueno. Finalmente, llegué a la orilla del mar que tiene una costanera peatonal que parte en el Opera House y continúa unos 2 o 3 kilómetros en redondo, haciendo una bahía. Me camine toda esa huevá, de ida y de vuelta. La gente trotando, sacando fotos, turisteando, leyendo, tomando sol, puta, otra cosa. Ahí empecé a quedar turnio.


Un ojo que se me iba para allá, el otro que se me iba para otro lado; en general, no es fácil el tema visual.


El Opera House tiene bueno, es bonito, pero es una construcción no más. La verdad, me quedo con todo el parque que lo rodea. Pero de que es imponente la huevá y que está bien hecho y es innovador, nada que decir. Además, el Harbour Bridge que está detracito también le pone de lo suyo. De ahí a caminar por el centro de Sidney nuevamente. Me mandé un Kebab de almuerzo y recorrer calle por calle.



Ese día en la noche, tuve mi primer acercamiento a la vida nocturna australiana. Me quedé en el hostal con re pocas ganas de socializar. Toda la caminata y aún el famoso JetLag (cambio de hora) me tenían pa´la cagá. Poco sociable y todo, me mandé un all-in y terminé en una discotheque como a 3 cuadras del hostal. Coincidentemente, éste estaba en pleno barrio del hueveo. Sí, coincidencia.

Bueno, la cosa es que fui con un sueco que trabajaba en el hostal y un australiano. Puta, llego y el australiano se raja con una ronda de cerveza. Ya po, démosle. Me mandé mi cerveza. Andaban más prendidos que la cresta mis compadres, y yo, 0. Al rato, me toca a mí la ronda de cervezas. Les dije a estos weones que iba. Voy. Vuelvo con las 3 cervezas y estos weones no estaban. Vueltas para allá, para acá, y nada. Puta madre, obligado a tomarme más de 1 litro de cerveza, porque no las iba a botar, cuando lo único que quería era mi sobre. Logré un vaso y ¾ del segundo. Ya no pude más. Primeros dólares al basurero y lección. No sé cuál, pero ha de haber alguna.



Al otro día, el sábado, salimos de nuevo con Paul a recorrer otras partes de Sydney. Un par de cervezas por aquí, otras por allá. Paleteado el gringo, conocí partes no tan turísticas de Sidney, como para el australiano nativo, pero la raja en verdad. A la playa no fui esta vez en modo bañista, para la próxima me mando. De hecho, aún no toco el océano pacífico desde Oceanía. Pero ya voy.

En la noche, había un asado en el Hostal. Terminamos jugando póker con unos alemanes y los desbanqué a todos. No están acostumbrados a la cara de póker latina. De ahí, terminé en una pizzería con unos chilenos que conocí esa noche. Hice zumbar las ganancias de aquel Poker. Estuvo ameno. 2 y media de la mañana de vuelta al sobre. Al otro día a las 9 tenía vuelo a Melbourne.

Comenzaba la etapa 1 del viaje.

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* Gaspar Paredes Schwencke, 1991-2005, qepd. Es mi perro que se fue al cielo.

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